En este libro se revelan, al cabo de tres años de trabajo en colaboración con unos veinte científicos y especialistas de alto nivel, las pruebas modernas de la existencia de Dios. Durante cerca de cuatro siglos, de Copérnico a Freud, pasando por Galileo y Darwin, los descubrimientos científicos se acumularon de manera espectacular, dando la impresión de que era posible explicar el Universo sin la necesidad de recurrir a un dios creador. Fue así como a principios del siglo xx se asistió al triunfo intelectual del materialismo. De manera tan imprevista como sorprendente, el péndulo de la ciencia se puso en movimiento en sentido inverso, con una fuerza increíble. Los descubrimientos de la relatividad, de la mecánica cuántica, de la expansión del Universo y de la complejidad de la vida llegaron uno tras otro. Estos nuevos conocimientos llegaron para dinamitar las certezas ancladas en el espíritu colectivo del siglo xx, hasta tal punto que hoy se puede decir que el materialismo, que nunca fue más que una creencia como otra, está en vías de transformarse en una creencia irracional.
Con un lenguaje accesible a todos, los autores de este libro retoman, de manera apasionante, la historia de esos avances y ofrecen un panorama riguroso de las nuevas pruebas de la existencia de Dios. En los albores del siglo xx, creer en un dios creador parecía oponerse a la ciencia. ¿No sería hoy todo lo contrario?
Una invitación a la reflexión y al debate.
Nace un niño que se llamará Johannes. Muere un anciano llamado Johannes. Entre estos dos puntos, Jon Fosse nos da los detalles de toda una vida, condensados con gran belleza.
Comenzando con los pensamientos del padre de Johannes cuando su esposa se pone de parto, y terminando con los propios pensamientos de Johannes cuando se embarca en un día de su vida en el que todo es exactamente igual, pero totalmente diferente. Mañana y tarde es una obra sobre el hermoso sueño de nuestras vidas. Los momentos a lo largo de la novela son sencillos y cotidianos, pero la prosa rítmica de Fosse guía hábilmente a los lectores a través del pasado y el presente.
Tengo quince años y escribo en el cuarto de los aperos, sobre una mesa que mi abuelo ha improvisado con cuatro maderas y que cojea con el movimiento de la mano. Hace frío, la nieve acecha las casas enjalbegadas. Me gusta meterme aquí y oír el murmullo del río, ver el cuerpo de mi abuela arrojando a los gatos tacos de tocino y restos del arroz del mediodía, con el cuerpo tan doblado que parece un compás. A esta edad uno sueña con grandes cosas. Grandes planes que uno piensa cumplir a rajatabla. Todavía no sé que de todo cuanto fantaseo sólo habrá una cosa quince años más tarde que sobreviva: un hombre de treinta en otra mesa igual de precaria que deseará escribir con la misma ingenuidad con que lo hago ahora, a los quince.