GARCÍA MACHO, PABLO
Estas cartas reflejan muy bien el aspecto humano y la gran santidad de la joven Gema Galgani, ya que todas ellas fueron escritas precisamente en los años de su mayor elevación espiritual y de su más frecuente e íntimo contacto con lo sobrenatural y místico: las llagas de la Pasión de Jesús en su cuerpo, los éxtasis y arrobamientos, el contacto tan habitual con su ángel de la guarda y con san Gabriel de la Dolorosa, con Jesús sacramentado y en su pasión y con la Santísima Virgen, a la que solía llamar cariñosamente "la Mamá", "mi Mamá". En contraposición, fueron también los años en los que con más frecuencia y virulencia tuvo que soportar los duros y variados ataques y la más terrible furia del demonio, al que ella denominaba "Chapino".
En estas cartas aparece también el gran miedo de Gema a la muerte, a pesar de estar deseando tan ardientemente ir al paraíso para unirse totalmente y para siempre a su amado Jesús, crucificado y sacramentado. Aparecen además otros aspectos muy desconocidos de Gema, por ejemplo lo muy tentada que fue con la santa pureza precisamente cuando, podríamos decir, ella estaba más endiosada y sumergida en el mundo de lo espiritual y sobrehumano, hasta el punto de que algunas de estas cartas las escribiera estando en éxtasis.
Unas veces, Gema se alegra y goza, otras está como deprimida y triste, se siente sola, incomprendida y abandonada, tiene miedo de las personas y de los acontecimientos; no pocas veces llora y así se lo comunica a su padre espiritual.
La "gema" es una piedra preciosa, pero esta piedra, siendo siempre preciosa y la misma, tiene mucho más valor y luce incomparablemente más cuando ha sido bien tallada, y el orfebre la presenta ya artísticamente engarzada en un anillo, una pulsera, un pendiente o collar, etc. Es la misma piedra preciosa, una gema, pero al mismo tiempo ¡qué diferente! Pues algo parecido sucede también en santa Gema. La niña, adolescente o en su primera juventud, es la misma de su edad madura, la que se nos revela en estas cartas a su director espiritual, la que hoy contemplamos y veneramos en nuestros altares; pero después de haber sido tallada tan cuidadosamente por el artista divino, y pulida y engarzada en la fulgente corona de los santos que adorna tanto a la Iglesia.