RINO FISICHELLA
El anuncio hecho por el papa Francisco de celebrar un Jubileo de la Misericordia ha pillado a todos por sorpresa. Ahora bien, es obvio que la misericordia es un punto de referencia permanente para el papa, y la convocatoria de este Año Santo extraordinario es la feliz consecuencia de la atención y del testimonio que Francisco ofrece constantemente a la Iglesia y al mundo.
Este Jubileo es una ocasión extraordinaria para dar fuerza y vigor a lo que constituye la vida ordinaria de la Iglesia y de todo cristiano: ser signo de la cercanía y la ternura de Dios. Es un desafío de no poca importancia en el contexto de la cultura de nuestros días. Una cultura que hace predominar el concepto de posesión sobre el de don está destinada, inevitablemente, a encontrarse con la violencia.
El Jubileo tiene el objetivo de recordar a cada uno la belleza de la fe, que pone en su centro el amor misericordioso del Padre hecho visible en el rostro de Cristo y sostenido por el Espíritu, que guía los pasos de los creyentes en las vicisitudes de la historia.
El Jubileo vuelve a proponer la fuerza de la misericordia de Dios como vía principal para dejarse reconciliar con el Padre y para redescubrir la urgencia de la solidaridad, del amor y del perdón entre los hermanos.